Obra de tal manera que trates a los demás como un fin y no como medio para lograr tus objetivos.
Obró mucho el que nada dejó para mañana.
Oír es precioso para el que escucha.
Otros corazones no han tenido miedo, sólo el tuyo es el que quiero. Haré todo para cuidar tu amor, quizás será una tontería, no tengo temor.
Palabras de cortesía suenan bien y no obligan.
Palabras impregnadas con fuego celestial.
Para abrir nuevos caminos, hay que inventar; experimentar; crecer, correr riesgos, romper las reglas, equivocarse… y divertirse.
Para Adán, el paraíso era donde estaba Eva.
Para adelgazar no hay nada como comer caviar sin pan y beber champán sin burbujas.
Para alcanzar las estrellas sonda el cisne la laguna; en el mar de los amores yo soy cisne y tú eres luna.
Para amar a una persona y perdonárselo todo basta con contemplarla un rato en silencio. A veces vivimos durante muchos años al lado de otra persona y sólo vemos de verdad en el momento de sobrevenirle una desgracia.
Para amasar una fortuna no se requiere ingenio, lo preciso es carecer de delicadeza.
Para aprender a rezar no hay como viajar por mar.
Para aprender, perder.
Para bien obrar, el que da debe olvidarlo luego y el que recibe, nunca.
Para brillar con tu luz verdadera debes ser quien realmente eres.
Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol...
Para cambiar tu vida por fuera debes cambiar tú por dentro. En el momento en que te dispones a cambiar, es asombroso cómo el universo comienza ayudarte, y te trae lo que necesitas.
Para casarte, cuando joven es temprano y cuando viejo es tarde.
Para comprender, me destruí. Comprender es olvidarse de amar. No conozco nada más al mismo tiempo falso y significativo que aquel dicho de Leonardo da Vinci de que no se puede amar u odiar una cosa sino después de haberla comprendido.
Para conocer a la gente hay que ir a su casa.
Para conocer a una mujer hace falta toda una vida.
Para conocer al hombre basta estudiarse a sí mismo; para conocer a los hombres se precisa vivir en medio de ellos.
Para conocer la dicha hay que tener el valor de tragársela. (A la dicha).
Para conocer la flor del ciruelo, tanto el propio corazón como la propia nariz.