Las palabras están llenas de falsedad o de arte; la mirada es el lenguaje del corazón.
Las palabras hacen versos, únicamente el corazón es poeta.
Las palabras han de expresar con fidelidad nuestro pensamiento.
Las palabras no sirven para explicar un sentido secreto.
Las palabras que no satisfagan al oyente, le causan fastidio y disgusto; ello se manifiesta generalmente por copiosos bostezos. Cuando hables, pues, a hombres cuya benevolencia quieres captarte, si observas en ella tales muestras de aburrimiento, abrevia tu discurso o cambia de terna; si no lo haces, recogerás en vez de la benevolencia que deseas, odio y enemistad.
Las palabras se las lleva el viento.
Las palabras son como las abejas, tienen miel y aguijón.
Las palabras son como las hojas; cuando abundan, poco fruto hay entre ellas.
Las palabras son enanos, los ejemplos son gigantes.
Las palabras son inútiles, tercas, retorcidas como tornillos que no entran rectos. Y me cansan. Pero son lo único que tengo.
Las palabras son la configuración acústica de las ideas.
Las palabras son las hojas, los actos son los frutos.
Las palabras son una medicina para el alma que sufre.
Las palabras verdaderas no son agradables, y las agradables no son verdaderas.
Las palabras, cera; las obras acero.
Lo que dicen las palabras no dura. Duran las palabras. Porque las palabras son siempre las mismas y lo que dicen no es nunca lo mismo.
Lo que más nos aproxima a una persona es esa despedida, cuando acabamos separandonos, porque el sentimiento y el juicio no quieren ya marchar juntos; y aporreamos con violencia el muro que la naturaleza ha alzado entre ella y nosotros.
Los artistas piensan según las palabras. Los filósofos, según las ideas.
Los conceptos están incluidos en las palabras.
Los hijos aprenden poco de las palabras; sólo sirven tus actos y la coherencia de éstos con las palabras.
Los hombres que tienen una tormentosa vida interior y que no buscan desahogo en sus palabras o en sus escritos, son simplemente hombres que no tienen una tormentosa vida interior.
Los mejores hombres son los de pocas palabras.
Los que poseen el espíritu de discernimiento saben cuanta diferencia puede mediar entre dos palabras parecidas, según los lugares y las circunstancias que las acompañen.
Me cuesta bajar el poema del aire, allí donde me hundo con el plumaje vertical de las palabras. Rozando el infierno y el invierno el poema es un dios de pies ligeros apaleado por las estrellas.
Medir las palabras no es necesariamente endulzar su expresión sino haber previsto y aceptado las consecuencias de ellas.