La verdadera religión no consiste solamente en palabras; hace falta demostrarla con obras.
Las honestas palabras nos dan un claro indicio de la honestidad del que las pronuncia o las escribe.
Las lágrimas derramadas son amargas, pero más amargas son las que no se derraman.
Las palabras de aliento después de la censura son como el sol tras el aguacero.