Sólo los verdaderos amigos nos dicen que tenemos la cara sucia.
Son tan buenos amigos mi corazón y el viento.
Tengo a mis amigos en mi soledad; cuando estoy con ellos ¡qué lejos están!.
Tengo pocos amigos, ¡pero cuánta amistad tengo!.
Tengo que admirar profundamente a alguien para valorarlo como amigos.
Tengo una gran fe en los tontos; confianza en si mismo lo llaman mis amigos.
Todo mi patrimonio son mis amigos.
Todos los colores son los amigos de sus vecinos y los amantes de sus opuestos.
Todos quieren tener amigos y nadie quiere serlo.
Triste cosa es no tener amigos, pero más triste debe ser no tener enemigos, porque quien enemigos no tenga, señal de que no tiene: ni talento que haga sombra, ni valor que le teman, ni honra que le murmuren, ni bienes que le codicien, ni cosa buena que le envidien.
Tus amigos te conocerán mejor en el primer minuto del encuentro que tus relaciones ocasionales en mil años.
Un solo enemigo puede hacer más daño que el bien que pueden hacer diez amigos juntos.
Una cólera verdadera brota cuando sentimos que parientes o amigos bien intencionados interfieren en un nivel que impide la continuación de nuestro arte: reaccionamos como si se tratara de un asunto de vida o muerte y en verdad lo es.
Uno no hace amigos: los reconoce a medida que los va encontrando.
Vamos, amigo, recordemos que los ricos tienen camareros y no amigos.
Vieja madera para arder, viejo vino para beber, viejos amigos en quien confiar, y viejos autores para leer.
¡Dios me libre de enemistades de amigos!
¿Acaso no destruimos a nuestros enemigos cuando los hacemos amigos nuestros?
¿Queréis contar a vuestros amigos? Caed en el infortunio.