A veces estoy como en un infierno y no me lamento. No encuentro de qué lamentarme.
A veces se prefiere una mentira que una verdad.
A veces, el silencio es la peor mentira.
A vosotros (políticos) os hemos formado en interés del Estado tanto como en el propio vuestro, para que seáis en nuestra República nuestros jefes y vuestros reyes.
Acaso no haya nada tan considerable en la historia de los cristianos como Rancé rezando a la luz de las estrellas, apoyado en los acueductos de los césares, a la puerta de las catacumbas: el agua se lanzaba con fragor por encima de las murallas de la Ciudad Eterna, mientras la muerte, abajo, entraba silenciosamente en la tumba.
Actuar sin pensar es como disparar sin apuntar.
Actúo en política como en la guerra: distraigo a un flanco para batir al otro.
Ahora acércate más y escucha los obsesivos latidos del amor que se propagan como el tam tam de los negros tambores en el canto tribal de mi cuerpo.
Ahora una vez más en la noche apagada como plantas crecen murallas de clausura, murallas fronterizas para custodiar los campos de mi amor.
Ahora usamos la ley como un arma en lugar de una herramienta.
Al agua arrasa y es como de noche en cada terreno cultivado.
Al amor, como a una cerámica, cuando se rompe, aunque se reconstruya, se le conocen las cicatrices.
Al carajo con la verdad. El estilo es más importante: cómo hacer una por una cada cosita.
Al evocarte, mi alma se ilumina como un amanecer.
Al final, utilizas Internet cuando lo necesitas. Es como cuando empiezas a ir al supermercado, que compras todas las ofertas y después ya sabes que tienes que comprar una lata de atún y un bote de suavizante.
Al hablar, como al guisar, su granito de sal.
Al hombre le interesa lo real, como tal, aunque no sea deseable. Al niño le importa lo deseable, como tal, aunque no sea real.
Al irte dejas una estrella en tu sitio, dejas caer tus luces como el barco que pasa, mientras te sigue mi canto embrujado.
Al marido, amarle como amigo, y tenerle como enemigo.
Al mudar de piel vuelves a sentir, te izas como vela.
Al no tener ya miedo de las palabras ¿cómo iba a temer las cosas?
Al poder le ocurre como al nogal, no deja crecer nada bajo su sombra.
Al público no hay que dárselo todo masticado, como si fuera tonto. A diferencia de otros directores que dicen que dos y dos son cuatro, Lubitsch dice dos y dos... y eso es todo. El público saca sus propias conclusiones.
Al traductor, como al testigo llamado a juicio, deberá obligársele a extender la mano y jurar: decir la verdad y nada más que la verdad.
Al tratar de la vida feliz, no debes nunca contestarme como en la elecciones: este partido parece tener mayoría, pues por esto mismo, es el peor.