Para juzgar cosas grandes y nobles, es necesario poseer un alma igual de grande y noble.
Si un hermoso cuerpo no tiene una hermosa alma, parece mas bien un ídolo que un cuerpo humano.
Si yo no hubiera sido, el alma mía repartida pondría en cada cosa una chispa de amor...
Siempre vives, alma mía, en mis recuerdos de amor, como el perfume en la flor.
Siempre, amor... (¡Y estas dos palabras naúfragas, entre alma y piel clavadas contra el viento!).