Esquivando una abeja de la flor, incliné mi cabeza y, cogiéndola luego por el tallo, escuché y oÃ, clara, la palabra... ¿Pronunciaste mi nombre? ¿O bien dijiste...? SÃ, alguien dijo: ¡Ven!, mientras yo me inclinaba. Si acaso lo pensaba, no lo dije en voz alta... por eso regresé.
Robert Frost