¿De veras es posible imaginarse un Dios que se limitara a crear la ley de la causalidad, y luego, después de dar el primer impulso para poner en marcha el mundo, dejara sucederse todos los hechos posteriores de manera predeterminada e inevitable? No, no quiso que las cosas fueran tan sencillas: puso en el universo a un rival de la misma categorÃa, el libre albedrÃo, que está en todo momento dispuesto a plantar cara a la causalidad, incluso cuando él mismo cree someterse dócilmente a un mandato insondable.
Arthur Schnitzler