Cuando caÃa la noche, él mismo introducÃa por la puerta de la calle a mujeres de toda condición, y en las estancias abaciales tenÃan lugar los más exquisitos banquetes. Como Hudson confesaba, habÃa corrompido a todas aquellas parroquianas que merecÃan la pena. Entre ellas habÃa una joven pastelera que escandalizaba al barrio con su coqueterÃa y desenfado; Hudson, que no podÃa visitarla en su casa, la encerró en su serrallo. Esa especie de rapto levantó las sospechas de los padres y del marido. Fueron a visitarle. Hudson les recibió con aspecto consternado. Mientras aquella pobre gente exponÃa el problema, sonó la campana; eran las seis de la tarde: Hudson requirió silencio, se quitó el bonete, se levantó, se persignó con gestos ampulosos y recitó con tonos dulces y mÃsticos: âAngelus Domini nuntiavit Mariae...â. Al bajar por la escalera, hacia la salida, el padre y los hermanos de la pastelera, avergonzados de sus sospechas, le decÃan al marido: âHijo, eres un bobo⦠¿No te da vergüenza? ¡Cómo rezaba el Angelus! ¡Es un santo!.
Denis Diderot